"Era un chaval muy tímido, bastante retraído", explica Kathy Brophy, que vive a unas calles de distancia de los Lanza y cuyo hijo solía jugar de pequeño con el asesino. “Hace mucho que no hablaba con la familia”, asegura. En el vecindario pocos recuerdan a Adam Lanza o a su hermano Ryan. “Aquí vivimos de manera aislada, apenas tenemos trato los unos con los otros a no ser que coincidas en la parada de autobús escolar para dejar a los niños”, indica Doreen Hausburgh, una odontóloga de 42 años que reside por la zona.
(Un asesino sin historia, noticia publicada en El País el 17-12-201)
Sin minusvalorar la evidente importancia que la elevadísima densidad armas diseminada a lo ancho del país ha tenido como último detonador de estos sucesos, cabría también preguntarse acerca de la influencia de la otra densidad, la poblacional, y de la forma de vida suburbana predominante.
Independientemente de cuestiones genéticas, patológicas o de exposición a la posibilidad de tener un arma a mano, no se debe pasar por alto que la mayoría de estos estallidos de violencia se producen en entornos de baja estructuración social y débil vida comunitaria, muchas veces en suburbios de clase media-alta, a pesar de lo que se podría pensar, que son cosas más propias de barrios demasiado compactos y pobres.
Frente a la idea de que en un centro urbano hiperpoblado podríamos contabilizar un mayor número de choques agresivos entre personas por efecto de la falta de espacio físico, por los roces en ascensores, por la competencia por el espacio vital en las calles, en los edificios...
"... Puede mostrarse con muchos ejemplos
que no es la densidad de población en sí, sino la falta de
estructura social, de vínculos comunes genuinos y de interés por la
vida lo que causa la agresión humana. Un caso notoriamente notorio
es el de los kibbutzim de Israel, donde es poco el espacio para el
individuo y poca la oportunidad de retiro privado. Pero entre sus
miembros se observaba una extraordinaria ausencia de agresión. (…)
Otro ejemplo lo constituyen países como Bélgica y Holanda, dos de
las comaracas más densamente pobladas del mundo, cuya población no
se caracteriza por una agresividad especial (…) Cualquiera que haya
vivido en un edificio de departamentos donde moran cientos de
familias sabe que hay pocos lugares donde una persona pueda retirarse
y donde no invada su privado la presencia de los vecinos de al lado
como en uno de esos grandes edificios densamente poblados. En
comparación, es mucho mayor la vida privada en un pueblecito, donde
las casas están mucho más separadas y la densidad de población es
mucho menor. En el multifamiliar, las personas tienen mayor
conciencia unas de otras, se vigilan y murmuran de sus vidas
privadas, y constantemente están en el campo visual de los demás”
(Anatomía de la destructividad humana,
Erich Fromn, 1998)
Resumiendo, en ausencia de hacinamiento, no es la densidad o el poder adquisitivo lo que determina una mayor agresividad e inseguridad entre ciudadanos de un área concreta. Es la falta de lazos comunitarios fuertes, la falta de relaciones complejas de vecindad, de convivencia, de lugares compartidos lo que produce situaciones alienantes que pueden contribuir, en el extremo, a desgracias tan relevantes como la que ha dado pie a estas reflexiones. Estos lazos podemos encontrarlos arraigados en comunidades de vecinos de lugares tan dispares como el barrio de Vallecas en Madrid, el centro histórico de Granada o en un núcleo rural de la montaña lucense, pero no en urbanizaciones suburbanas diseñadas para evitar en lo posible el contacto con el vecino, donde todo es privado y nada público y lo único que se comparte es la parada del bus para dejar a los niños.
Resumiendo, en ausencia de hacinamiento, no es la densidad o el poder adquisitivo lo que determina una mayor agresividad e inseguridad entre ciudadanos de un área concreta. Es la falta de lazos comunitarios fuertes, la falta de relaciones complejas de vecindad, de convivencia, de lugares compartidos lo que produce situaciones alienantes que pueden contribuir, en el extremo, a desgracias tan relevantes como la que ha dado pie a estas reflexiones. Estos lazos podemos encontrarlos arraigados en comunidades de vecinos de lugares tan dispares como el barrio de Vallecas en Madrid, el centro histórico de Granada o en un núcleo rural de la montaña lucense, pero no en urbanizaciones suburbanas diseñadas para evitar en lo posible el contacto con el vecino, donde todo es privado y nada público y lo único que se comparte es la parada del bus para dejar a los niños.